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Manera de relacionarnos

15 de octubre de 2020 Comment off

Cómo mejorar la manera en que nos relacionamos: un modelo de Relación Integral

El modo en el que nos relacionamos con otros está vinculado a cómo nos relacionamos con nosotros.

Somos seres relacionales, y la esencia de nuestras relaciones es el amor. Los problemas surgen cuando nos relacionamos desde el miedo u otras emociones perturbadoras. Los celos, el orgullo o la rabia nos alejan de nosotros mismos escondiendo nuestras relaciones en la insatisfacción y el aislamiento.

Observar nuestra mente y sus dinámicas internas nos desvela los mecanismos integrados que movilizamos a la hora de relacionarnos. Explorar nuestra relación interpersonal, nuestras experiencias, nos llevará a comprender la relación que establecemos con los demás, y de forma extensiva con los diferentes sistemas: familiar, educativo, social, grupos de iguales…

Conociendo nuestra dimensión relacional

Sumergirnos en nuestro mundo relacional es un proceso que necesita tiempo y grandes dosis de amor para observarlo, aceptarlo y sanarlo. Si sentimos que algo no funciona bien y queremos iniciar un proceso de cambio es importante estar dispuesto a empezar con tres pasos:

  • Conciencia: observar y ser honestos con nosotros para saber de dónde partimos.
  • Motivación: es el motor para seguir adelante. Confiar en que la transformación es posible.
  • Integración: incorporar lo que vamos aprendiendo en nuestro continuo mental. Crear nuevas rutas que sustituyan aquellas que nos hacen daño.

Vamos a ver algunas claves para descubrir cómo nos relacionamos.

La relación con uno mismo (intrapersonal)

Solemos poner poca conciencia en nosotros y mucha en lo que hace o dice el otro. La manera en que nos dejamos arrastrar por lo que discurre en nuestra mente, el cómo pensamos nuestros pensamientos, cómo vivimos nuestras emociones, lo que nos negamos, permitimos, boicoteamos… todo ello, desvela cómo nos relacionamos con nosotros.

Con frecuencia los pensamientos «nos piensan», «las emociones nos viven», «la mente nos encadena», y así vamos pasando «una vida que nos vive» en lugar de vivirla con plenitud y apertura. Somos grandes desconocidos para nosotros mismos, y la mayoría de las veces nuestros peores enemigos.

Las dinámicas mentales tienen la raíz en nuestros primeros años de vida. Incorporamos creencias, miedos o mandatos que configuran nuestro marco de referencia vincular. Si crecimos en un sistema seguro y confiable, viviremos las relaciones de una manera abierta y positiva. Un entorno hostil o incierto nos mantendrá en alerta dentro de un mundo amenazante e inseguro que nos conducirá al recelo y a minimizar el contacto con los demás por miedo a ser heridos.

Si hemos decidido mejorar nuestras relaciones, podemos ampliar nuestra visión y confiar en la capacidad de transformarlas.

Richard Davidson, doctor en Neuropsicología, señala que «la base de un cerebro sano es la bondad, y se puede entrenar». Como seres humanos sabemos que el único camino en el que nos sentimos en plenitud es el amor. Esto nos aproxima a la certeza de que solo a través del amor benevolente, como cualidad inherente, conseguiremos crear antídotos para desactivar aquello que nos hace daño y potenciar las cualidades que nos acercan a relacionarnos desde el corazón.

La autoexigencia, el juicio interno, la crítica, son mecanismos que nos alejan de la conexión intrapersonal y de forma coemergente de los demás. Identificar cuándo y cómo surgen esas tendencias internas nos permitirá poderlas desactivar para sustituirlas por otras más amables.

La relación con nuestra experiencia

Las tradiciones psicológicas y espirituales nos aportan diferentes perspectivas para facilitar el encuentro con nuestras experiencias de una manera más sanadora y amorosa. Si hemos decidido cambiar la manera en que nos relacionamos, tendremos que integrar nuestras experiencias de la mejor forma posible. Como refiere Aldous Huxley, «La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede».

Teniendo en cuenta la manera en que nos relacionamos con nuestras experiencias y su intensidad podemos destacar tres abordajes y dos posiciones distintas, como víctimas de las circunstancias o como aprendices de la experiencia.

Convertir nuestras experiencias en meros relatos con poca implicación emocional

El observador construye mentalmente su propia historia con todos los mecanismos aprendidos para evitar lo doloroso e inadecuado. Como observadores conceptuales vivimos y experimentamos, pero nos perdemos la transformación profunda que puede surgir de la conexión íntima con nuestra realidad.

Manteniendo la energía en las áreas cognitiva y conductual, analizando y reflexionando, las experiencias se quedarán superficiales y pobres. Como si una parte de nuestra vida resbalase de forma que no permitimos que «cale» a nivel profundo. Podemos dificultar la entrada de amor, poner pegas a lo que nos hace sentir bien o llegar a rechazar cualquier experiencia vital interesante. Esta postura está condicionada por el miedo y nos alejará de situaciones que pueden ser estimulantes.

El miedo nos protege de lo no queremos, pero no nos acerca a lo queremos. El exceso de mecanismos defensivos, sino se trabajan y transforman, pueden aislarnos emocionalmente y relacionalmente.

Cuando las experiencias dolorosas se enquistan pueden convertirnos en víctimas. Podemos exagerar nuestra vivencia de manera dramática a través de un personaje o minimizar las consecuencias quitando importancia a hechos traumáticos.

Igualmente, si caemos en el papel de víctima estaremos desvitalizados y sin energía para enfrentarnos a nuestros conflictos. Nos desconectamos de nosotros y vivimos desde un falso self, un yo falso que adoptamos para sobrevivir adaptándonos al ambiente de la manera menos dolorosa posible.

Observar desde nuestro testigo desidentificado la experiencia sentida

En esta fase es importante permitirse estar en contacto con nuestras sensaciones corporales y aprender a decodificar lo que guardan en un espacio más recóndito. Si somos permeables a nuestra experiencia y dejamos a nuestra conciencia que explore a nivel profundo, nuestro corazón estará abierto y receptivo sintiéndose libre y despierto.

Esta es una forma de abrirnos a una relación sana. Potenciamos la presencia de lo más puro de nuestro ser en cada momento de nuestra existencia. Por ejemplo, sentimos rabia ante una mala contestación; en lugar de arrojarla contra «el otro», nos focalizamos en el impacto de la emoción en nosotros. Desplegamos nuestro testigo desidentificado interno. Observamos cómo afecta a nuestro cuerpo: genera calor, tensión, ganas de gritar, picazón…

Esto nos permitirá dar una respuesta a lo ocurrido menos reactiva y más reflexiva. Se basa en no alimentar en nuestra mente la emoción perturbadora, parar antes de provocar una escalada de consecuencias y dejarla marchar; si se trata de una experiencia agradable, poder vivirla poniendo la atención consciente a las sensaciones e integrarla en nuestro continuo mental como algo positivo. Esto nos permitirá ir incorporando semillas relacionadas con sentimientos agradables y benevolentes hacia nosotros, que después podremos hacer llegar a los demás.

Las situaciones traumáticas requieren de un abordaje más especializado y cauteloso. El cuerpo guarda una memoria emocional, y es necesario acompañamiento profesional para poder liberar el dolor acumulado. La experiencia se fragmenta y hay que recuperar la unidad, la integración de lo vivido dentro de nuestro continuo mental.

Permitimos aceptar la experiencia sin rechazarla ni juzgarla.

Nos abrimos a ella plenamente en íntima conexión, sin mantener ninguna distancia, y en este paso nos fundimos con la experiencia tal y como es.

Si vamos más allá, nos daremos cuenta de cómo buscamos un culpable de nuestra rabia, una diana a quien dirigirla. Si paramos y permitimos «experimentar» abiertamente esas sensaciones, la emoción se desplegará y se irá disipando, puesto que no encontrará ninguna resistencia en nosotros.

Abandonamos el concepto de dualidad y nos integramos en la unidad. Somos capaces de experimentar, soltar y transformar. Empezamos a ampliar nuestra visión y desplegar una mente más abierta y menos condicionada. Asumimos la responsabilidad de nuestras experiencias y trabajamos con ellas para liberaras y transformarlas en oportunidades de crecimiento personal.

Este paso es el que requiere un mayor entrenamiento y conciencia, y a su vez es el más enriquecedor, porque nos permite aprender y sublimar nuestras experiencias por muy dolorosas que sean.

Conclusión

Estos tres estadios nos muestran cómo estamos aprendiendo a relacionarnos de una manera integral. Qué puertas abrimos o cerramos en función de nuestros temores, resistencias o dependencias. La libertad o dificultad con la que nos movemos entre ellas, nos aportan información sobre lo que necesitamos integrar o compensar.

Nos movemos de uno a otro dependiendo de la capacidad de apertura y confianza que tengamos en cada situación y del momento en que nos encontremos a nivel emocional. La apertura requiere un proceso en el que hemos identificado nuestras defensas y podemos transformarlas cuando estamos preparados para ello.

Muchos problemas psicopatológicos están relacionados por la fijación en la manera en que nos relacionamos con nuestras experiencias y la capacidad de integrarlas, evitarlas o buscarlas. En un nivel cotidiano, es interesante observar cómo las seleccionamos. Movilizamos una gran energía inflidos por dinámicas internas que nos llevan a contactar con unas y rechazar otras, y no necesariamente buscamos las más sanas.

Cuando nos sentimos vulnerables, podemos reducir nuestro mundo experiencial a entornos limitados y sin darnos cuenta nuestro espacio cada vez se hace más pequeño y constreñido. En ocasiones nos sentimos atraídos por personas que nos sumergen en escenarios donde volvemos a retraumatizar heridas antiguas no resueltas. Nos volvemos a convertir en víctimas silentes.

En la medida en que comenzamos a conocernos y a relacionarnos mejor con nosotros mismos, desde el cariño, respeto y la fortaleza, la confianza y la amistad darán paso a aceptar esa vulnerabilidad que nos permite permanecer abiertos a la experiencia del mundo tal y como es.

Permitirnos estar presentes con nuestra experiencia, sintiéndola directa y sin filtros, nos revelará facetas desconocidas y una visión de nosotros más fresca y renovada. Nos transformamos en co-creadores de nuestra vida.

Sandra García Sánchez-Beato

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